ENTREVISTA A STEVEN FORTI: «LOS TRÁNSFUGAS DE LA IZQUIERDA A LA DERECHA DE ENTREGUERRAS NO FUERON LA EXCEPCIÓN, SINO LA REGLA»

Steven Forti

STEVEN FORTI (Trento, 1981) es doctor en Historia por la Universitat Autònoma de Barcelona y la Università di Bologna. Sus investigaciones están orientadas hacia la historia política del siglo XX, con particular atención a la de Europa de entreguerras en una perspectiva comparada. Así, se doctoró con la tesis El peso de la nación. Nicola Bombacci, Paul Marion y Óscar Pérez Solís en la Europa de entreguerras. Fue galardonada con el premio de la Cátedra Juana De Vega y el accésit del Premio Miguel Artola de la Asociación de Historia Contemporánea.

Más allá de tales reconocimientos, su trabajo disecciona un aspecto llamativo del radicalismo político: el tránsito del comunismo al fascismo a partir de las tres figuras políticas que dan título al mismo: el italiano Bombacci, el francés Marion y el español Pérez Solís.

La obra será publicada en la primavera de 2013 por la Universidad de Santiago de Compostela (a la vez que también verá la luz su Historia de los trabajadores de la construcción de CCOO de Cataluña, 1964-1992). Su tema nos ha parecido atractivo para nuestros lectores y le hemos entrevistado mediante un cuestionario.

Dada la extensión de sus respuestas publicamos la entrevista en dos partes. Esta es la primera y ela siguiente entrada mostrará la segunda. Le agradecemos desde aquí que haya accedido a nuestra petición, pues sus reflexiones permiten adentrarse en un tema poco explorado: el del tránsito del comunismo al fascismo.

¿Por qué le atrajo el transfuguismo del comunismo al fascismo como tema de estudio?

A veces uno acaba interesándose en algo y estudiando algo por casualidad. Hace aproximadamente una década me regalaron un libro, Il comunista in camicia nera, de Arrigo Petacco, una vulgarización repleta de imprecisiones de la vida de Nicola Bombacci. La verdad es que, más allá de la pésima novelización histórica de Petacco, el protagonista del libro me impresionó y me fascinó. Su trayectoria humana y política entre el socialismo maximalista y el fascismo, entre la fundación del Partido Comunista de Italia y la República de Saló, me pareció como mínimo extraña, aparentemente inexplicable, ciertamente excéntrica.

Me puse poco a poco a investigar más sobre Bombacci y me di cuenta de que la idea que había tenido al principio –Bombacci fue un voltagabbana o tránsfuga, como muchos que vistieron la camisa negra cuando el fascismo llegó al poder– no tenía consistencia tras un análisis histórico mínimamente serio. ¿Qué clase de oportunista podía ser Bombacci?

Si lo miramos desde un enfoque puramente de cálculo egoísta, su decisión de mantenerse antifascista (o como mínimo “afascista”) durante toda la primera década del régimen y su última decisión de seguir a Mussolini hasta el pelotón de fusilamiento de los partisanos no tiene sentido alguno. Si pensamos que uno de los fundadores del PCd’I acabó en Piazzale Loreto, después de no haber gozado de muchos favores durante el ventennio, mientras que jerarcas como Dino Grandi, Galeazzo Ciano, Giuseppe Bottai votaron en contra de Mussolini en la noche del 25 de julio o que el mismo Mariscal Pietro Badoglio sustituyó a Mussolini y lo hizo encarcelar tras veinte años en los más altos escalafones del régimen, algo no encaja. ¿Por qué Bombacci decidió llegar hasta el punto de morir por el fascismo? ¿Por fe? ¿Por ideología? ¿Por pasión?

Estas preguntas llevaban a otra pregunta: ¿Bombacci fue un caso excepcional? Según la historiografía existente y según las vulgarizaciones periodísticas, Bombacci fue una rara avis y un caso border line, único y casi irrepetible.

PCI

El transfuguismo del comunismo al fascismo en la Europa de entreguerras ha sido poco estudiado.

Leyendo más e investigando más sobre la cuestión, me di cuenta de que el caso de Bombacci no fue una excepción y de que su trayectoria tampoco fue tan extraña. En la Italia del período de entreguerras no fueron pocos los dirigentes políticos y sindicales de partidos de izquierda que se convirtieron al fascismo, sustituyendo el internacionalismo proletario por el culto de la nación, la lucha de clases por la armonía social, y el materialismo dialéctico marxista por un fuerte antimaterialismo espiritualista entrelazado a los valores cristianos.

Algunos de ellos fueron unos oportunistas, aprovechándose de las dinámicas políticas nacionales para llegar a posiciones de poder político y económico; otros no lo fueron, tomando unas decisiones que, como en el caso de Bombacci, nos pueden parecer como mínimo ilógicas desde el punto de vista económico. La pregunta que se hallaba al principio de todo empezaba a tener más importancia y la respuesta se hacía paulatinamente más complicada. ¿Cuánto peso se debía dar a las razones ideológicas en estos tránsitos de la izquierda al fascismo? ¿Cuánto influyó la pasión de la política y la pasión por la política en estos casos de transfuguismo.

¿Fue el transfuguismo una realidad política esencialmente italiana?

Al tener una visión más o menos completa del panorama italiano de entreguerras, se me planteó una pregunta más: ¿fue el caso de Italia una excepción en el conjunto europeo? O, más bien, ¿fue la normalidad? Decidí comparar el caso italiano con los casos de dos países de la Europa mediterránea: Francia y España.

Y, teniendo en cuenta las diferencias cronológicas y las distintas dinámicas nacionales, las analogías resultan ser más numerosas que las diferencias. Italia no fue una excepción.

En Francia hubo un número semejante de casos de dirigentes políticos y sindicales de formaciones políticas de izquierda que pasaron a las organizaciones fascistas en los años veinte y treinta, y en España el número de los tránsfugas en aquellos años no fue para nada desdeñable. Me dí cuenta de que la cuestión empezaba a tener una importancia y un peso bien diferente: el intento de encontrar una respuesta al caso aparentemente estrafalario de Bombacci me había llevado a plantearme una serie de preguntas sobre la historia política y del pensamiento político de la primera mitad del siglo XX.

¿Por qué hasta ahora no se ha investigado seriamente la cuestión del tránsito de la izquierda al fascismo en la Europa de entreguerras? ¿Por qué en los raros estudios existentes acerca de trayectorias de este tipo y sobre todo en las referencias a estos personajes en las historias del movimiento obrero de Italia, Francia y España no se ha logrado en la mayoría de los casos ir más allá de juicios políticos ex post y de condenas morales (o ridículas apologías)? O, en los mejores de los casos, sobre todo después de 1989, ¿por qué no se ha ido más allá de la utilización de estas trayectorias como demostración de la validez de la lógica de los opuestos extremismos, cimiento de la teoría del totalitarismo? Y, sobre todo, ¿qué han significado en la historia política y en la historia del pensamiento político de la época contemporánea estos tránsitos de la izquierda al fascismo?

¿Cree que el transfuguismo de la extrema izquierda a la ultraderecha fue frecuente? 

Yo no hablaría de transfuguismo de la extrema izquierda a la extrema derecha. Prefiero hablar de transfuguismo de la izquierda a la derecha en términos más amplios: el riesgo es de no tener en cuenta casos interesantes, como el del socialista Marcel Déat o de un reformista de izquierdas como Gaston Bergery. Sus orígenes, por ejemplo, no son la extrema izquierda, sino una socialdemocracia crítica con la experiencia soviética. Aclarado esto, suelo decir que los tránsfugas de entreguerras no fueron la excepción, sino la regla de la historia política.

Claro está que afirmar esto no es nada más que una provocación, pero algo de verdad hay en esta frase. Los números nos ayudan a entender la envergadura del fenómeno. Un fenómeno –hace falta recordarlo– que se ha estudiado solo en el caso de cuadros de formaciones políticas y no en los casos de los militantes o de los intelectuales. Pues, en este libro, más allá de los tres casos principales de Bombacci, Marion y Pérez Solís, he trazado la biografía de unos cincuenta dirigentes políticos de cierta envergadura que entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial dejaron su familia política de origen para pasar armas y bagajes a los respectivos movimientos fascistas que se crearon en estos tres países.

Los casos son distintos como lo son las vidas de estos individuos: comunistas, socialistas, sindicalistas revolucionarios o repúblicanos de izquierdas con diferencias en cuanto a familia, clase social, profesión, militancia… Y los tránsitos responden a estas diferencias, lógicamente.

Entre los seguidores de Mussolini de la primera hora figuraron significados izquierdistas.

Cobran importancia las dinámicas similares, como el heterogéneo grupo de los sindicalistas revolucionarios italianos –como Ottavio Dinale, Edmondo Rossoni, Tullio Masotti, Giovanni Bitelli, Livio Ciardi – que siguieron a Mussolini ya en la elección intervencionista de la Gran Guerra y en la fundación de los Fasci di Combattimento en la Piazza San Sepolcro de Milán en marzo de 1919. O a otros sindicalistas revolucionarios italianos que abrazaron el fascismo solo después de la Marcha sobre Roma, como Walter Mocchi, Amilcare De Ambris, Alibrando Giovannetti, Nicola Vecchi y Pulvio Zocchi, o con la Guerra de Etiopía de 1935, como en el caso de Arturo Labriola.

En Francia encontramos también una especie de grupo compacto: los comunistas franceses cercanos a Jacques Doriot, como Henri Barbé, Marcel Marschall, Alexandre Abremski, Victor Barthélemy, Victor Arrighi, Paul Guitard, Jean Fontenoy, François Chasseigne y Camille Fégy, que siguieron al alcalde de Saint Denis cuando dejó el PCF y fundó el Partido Popular Frances en junio de 1936.

En España hay menos casos respecto a Francia e Italia, debido, entre otras motivaciones, a la ruptura brutal de la Guerra Civil. Dos cosas resultan sintomáticas: los casos de tres de los fundadores de los dos Partidos Comunistas que se constituyeron en España en 1920 y 1921 (Pérez Solís, Ramón Merino Gracia y Mariano García Cortés) y los casos de la militancia juvenil de muchos de los miembros del primer núcleo de las JONS.

Nicola Bombacci

Nicola Bombacci en el centro de la imagen.

¿Quién fue Nicola Bombacci? 

Nicola Bombacci fue un personaje extramademente interesante de la historia política italiana de la primera parte del siglo XX. Un personaje incómodo que por mucho tiempo se ha querido olvidar o recordar de una forma grotesca y caricatural. Hasta los años ochenta del siglo pasado, en un número no despreciable de casos, el nombre de Bombacci había prácticamente desaparecido de los libros sobre el movimiento obrero italiano, el Partido Socialista y los orígenes del Partido Comunista. ¡Pero Bombacci había sido el secretario del PSI en el periodo clave del “biennio rosso” y, conjuntamente con Bordiga, Gramsci, Terracini y Togliatti, fue uno de los fundadores del PCd’I en Livorno en enero de 1921!

Como decía antes, este ha sido un punto clave para el comienzo de mis investigaciones hace unos años. Es decir, ¿cuál era la razón de este olvido y de aquella especie de banalización de su figura y de su trayectoria? De hecho, si algo se decía de Bombacci era para reirse de un caso border line, de un personaje de novela surrealista o para condenar al traidor de la clase trabajadora. La respuesta, claro está, se encuentra en su dramático final: el 28 de abril de 1945 Bombacci acabó fusilado a orillas del lago de Como con el fundador del fascismo, Benito Mussolini, y, al día siguiente, colgado por los pies en la gasolinera de Piazzale Loreto en Milán al lado del Duce, de su amante, Claretta Petacci, y de algunos jerarcas del fascismo de Salò, bajo un cartel en el que escribieron “Supertraditore”.

Parece una broma de la historia y un gran regalo para los defensores de la teoría del totalitarismo… ¿Es esta una razón suficiente para borrar del mapa a un personaje sin duda sui generis, pero también muy interesante para entender tanto el nacimiento, el auge y la derrota del movimiento obrero italiano en la época liberal como la rápida victoria del fascismo y su capacidad para conseguir el consenso de buena parte de la sociedad italiana?

Es interesante notar una cosa más: si a mediados de los ochenta se impulsaron algunas investigaciones históricas serias sobre la biografía de Bombacci que se convirtieron en publicaciones, como las de Serge Noiret y Guglielmo Salotti,1 en el último año y medio en Italia se han publicado tres libros sobre su itinerario político que son absolutamente prescindibles. O, más bien, son publicaciones peligrosas, ya que simpatizan con el personaje sin presentar nuevos descubrimientos en archivos, alejándose de una verdadera investigación histórica y acercándose a pseudo-hagiografías hechas por sectores de la derecha o la extrema derecha. En el verano de 2011 se publicó el libro Sangue romagnolo. I compagni del Duce. Arpinati, Bombacci, Nanni escrito por Giancarlo Mazzuca, periodista y entonces diputado por el partido de Berlusconi,2 mientras que en otoño de 2012 salieron dos volúmenes escritos por jóvenes estudiantes de la universidad y publicados por editoriales cercanas a la derecha política italiana, sobre todo en un caso.3 Y, last but not least, en noviembre de 2012 la editorial neofascista española, Ediciones Nueva República, publicó casi todos los escritos del Bombacci fascista traducidos al castellano con una introducción de Erik Norling.4 ¿Es solo una extraña coincidencia que en un momento de gravísima crisis económica, social y política distintos sectores de la (extrema) derecha política y mediática recuperen la figura de Bombacci?

Pero volvemos a la biografía de Bombacci. Nacido el 24 de octubre de 1879 en Civitella di Romagna, un pueblo muy cercano a Predappio, donde cuatro años más tarde nació Mussolini, después de una breve experiencia en el seminario, Bombacci se convirtió en maestro. Fue activo en el mundo sindical desde principios de siglo en el norte de Italia, entre Crema, Piacenza y Cesena, y consiguió ser elegido miembro del Consejo Nacional de la Confederación General del Trabajo (CGdL) en 1911.

En Módena, durante el primer conflicto mundial, fue el líder indiscutible del socialismo local: entre las guerras balcánicas y la Revolución Rusa fue al mismo tiempo secretario de la Bolsa de Trabajo, secretario de la Federación socialista provincial de Módena y director del periódico socialista Il Domani. En julio de 1917, fue nombrado miembro de la dirección del Partido Socialista italiano, en el que colaboró con el intransigente secretario del partido Costantino Lazzari y el director del periódico socialista Giacinto Menotti Serrati. En 1918, el último año de guerra, después de las detenciones de Lazzari en enero y Serrati en mayo, Bombacci se quedó prácticamente solo al timón del partido.

Favorable a una política firmemente antirreformista, centralizó y verticalizó todo el socialismo italiano: por primera vez las federaciones provinciales del partido y el grupo parlamentario socialista (GPS) dependieron directamente de la dirección del PSI, a la cual se conectaban también las organizaciones sindicales y cooperativistas rojas. En agosto de 1919 redactó con Serrati, Gennari y Salvadori el programa de la fracción maximalista, que ganó en el XVI Congreso Nacional del PSI (Bolonia, 5-8 de octubre de 1919). Fue elegido secretario del partido el 11 de octubre y, al mes siguiente, en las primeras elecciones políticas generales de la posguerra, consiguió el acta de diputado en la circunscripción de Bolonia con más de cien mil votos. Fue sin duda una de las figuras más importantes y visibles del socialismo maximalista del “biennio rosso”.

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Bombacci  fue una de las figuras más importantes del socialismo maximalista del “biennio rosso” (imagen de «guardias rojos» durante este bienio).

En enero de 1920 presentó un proyecto de constitución de los Soviets en Italia, que obtuvo pocos consensos y muchas críticas y contribuyó de todas formas a abrir un intenso debate teórico en la prensa socialista. En el mes de abril Bombacci fue el primer socialista italiano en encontrarse con los representantes bolcheviques en Copenhague, y en ese mismo verano fue uno de los miembros de la delegación italiana en la Rusia soviética, donde formó parte del Segundo Congreso de la Internacional Comunista. Ese otoño fundó la Fracción comunista del PSI, conjuntamente con Antonio Gramsci, Amadeo Bordiga, Egidio Gennari y Antonio Graziadei. Como director del periódico Il Comunista, en el XVII Congreso Nacional del PSI (Livorno, 15-21 enero 1921), optó claramente por la escisión, y llegó a ser uno de los miembros del Comité Central del nuevo Partido Comunista de Italia, sección italiana de la III Internacional (PCd’I).

Bombacci fue elegido diputado en las listas comunistas en mayo de 1921 por la circunscripción de Trieste, pero se quedó aislado respecto a los ordinovistas de Gramsci, Togliatti, Terracini y Tasca y los abstencionistas de Bordiga, no tenía pues una propia corriente en el nuevo partido. Bombacci se situó entonces en el ala derecha del nuevo PCd’I con Misiano y Presutti, favorable al reacercamiento con los maximalistas del PSI y contraria al partido sectario e ideologizado de Bordiga. Rápidamente se lo apartó de los centros directivos comunistas, empezando por el CC del partido.

La polémica llegó hasta las más altas esferas soviéticas en diciembre de 1923, cuando el Comité Ejecutivo del PCd’I decidió unilateralmente su expulsión del partido sin consultar a la Internacional Comunista. Se acusaba a Bombacci, entonces secretario del Grupo Parlamentario Comunista, de haber hecho referencia a una posible unión de las dos revoluciones –la bolchevique y la fascista– en una intervención en la Cámara del 30 de noviembre de 1923. De hecho, Bombacci, bajo consejo del embajador soviético en Italia, Jordanski, había puesto sobre la mesa la cuestión de un tratado económico italo-ruso, muy deseado por el Kremlin. En enero de 1924, se le llamó a Moscú, donde representó a la delegación italiana en los funerales de Lenin. Zinoviev decidió su reincorporación al PCd’I, en aquellos meses diezmado por la campaña de detenciones del Gobierno fascista de Mussolini.

Pero de vuelta a Italia, Bombacci no participó casi nunca en la actividad del Partido Comunista y empezó a trabajar para la Embajada rusa en Roma, al servicio del comercio y la diplomacia soviética. En 1925 fundó la revista L’Italo-Russa y una homónima sociedad de importexport, que ya a finales del año siguiente desaparecieron. Su alejamiento del partido fue evidente y en julio de 1927 los dirigentes comunistas italianos en el exilio decretaron su expulsión definitiva.

En los años siguientes Bombacci siguió viviendo en Roma con su familia. La colaboración con la embajada soviética parece que no se prolongó más allá de 1930. Las necesidades económicas y la difícil situación de salud de su hijo Wladimiro, que necesitaba curas por una grave enfermedad, lo llevaron a pedir ayuda a jerarcas del régimen y luego al mismo Mussolini, con el cual había tenido relaciones políticas en la etapa giolittiana. El Duce le concedió unas cuantas subvenciones y le encontró un empleo en el Instituto de Cinematografía Educativa de la Sociedad de Naciones en Roma.

A partir de 1933 Bombacci se acercó cada vez más al fascismo. A principios de 1936, Mussolini le permitió fundar La Verità, una revista política alineada con las posiciones del régimen, que, aparte algunas interrupciones debidas a la oposición del fascismo intransigente, se publicó hasta julio de 1943. En el proyecto colaboraron otros exdirigentes políticos de partidos de izquierda como Alberto y Mario Malatesta, Ezio Riboldi, Walter Mocchi, Giovanni Bitelli, Angelo Scucchia, Giovanni Di Legge, Mario Guarnieri y Silvio Barro. Bombacci no obtuvo nunca el carnet del Partido Nacional Fascista (PNF), aunque lo pidió más de una vez al jefe del fascismo, a quién escribía a menudo.

Los cadáveres de Mussolini y Bombacci fueroncolgados en Piazzale Loreto.

Después de la caída del fascismo el 25 de julio de 1943 y de la liberación de Mussolini en septiembre, con la siguiente creación de la República Social Italiana, Bombacci decidió ir voluntariamente a Saló, donde parece que fue una especie de consejero de Mussolini. Desde entonces el fundador del PCI alcanzó más protagonismo. Su capacidad oratoria y su cercanía al mundo de las clases trabajadoras podían ser útiles para la propaganda fascista. Bombacci publicó unos cuantos opúsculos sobre los peligros del bolchevismo y la degeneración estaliniana de los principios socialistas, dio conferencias entre los obreros en las plazas del norte de la península y se preocupó de la cuestión social, e incluso llegó a ser considerado uno de los redactores del proyecto de la “socialización”, muy publicitado por el fascismo republicano. Bombacci se quedó junto a Mussolini hasta el final en Piazzale Loreto que he recordado anteriormente.

[continuará en la siguiente entrada]

Notas

1 Guglielmo Salotti, Nicola Bombacci da Mosca a Salò, Roma, Bonacci, 1986 (edición revisada y ampliada: Nicola Bombacci. Un comunista a Salò, Milán, Mursia, 2008) y Serge Noiret, Massimalismo e crisi dello stato liberale. Nicola Bombacci (1879-1924), Milán, FrancoAngeli, 1992.

2  Giancarlo Mazzuca y Luciano Foglietta, Sangue romagnolo. I compagni del Duce. Arpinati, Bombacci, Nanni, Bolonia, Minerva, 2011. Aquí se puede leer una reseña crítica que publiqué en la revista digital italiana Storicamente: http://www.storicamente.org/03_biblioteca/schede/mazzucca_forti.html Antes de este libro, otra vulgarización banalizante, repleta de errores historiográficos y que hacía guiños a la derecha en el análisis de la trayectoria de Bombacci, fue la de Arrigo Petacco, Il comunista in camicia nera. Nicola Bombacci tra Lenin e Mussolini, Milán, Mondadori, 1996.

3 Daniele Dell’Orco, Nicola Bombacci, tra Lenin e Mussolini, Cesena, Historica, 2012 y Claudio Cabona, Nicola Bombacci. Storia e ideologia di un rivoluzionario fascio-comunista, Génova, Liberodiscrivere, 2012.

4 Nicola Bombacci, Mi pensamiento sobre el bolchevismo, introducción de Erik Norling, Molins del Rei, Ediciones Nueva República, 2012.

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