1939-1945: ¿GUERRA ANTIFASCISTA, IMPERIAL O DEL «PUEBLO»?

SegundaGuerraMundial

El historiador Donny Gluckstein plantea una revisión profunda de la Segunda Guerra Mundial.

LA CREENCIA EXTENDIDA DE QUE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL  fue “un enfrentamiento entre fascismo y antifascismo” era “en gran parte irrelevante para los mandatarios de ambos lados” enfrentados, afirma el historiador británico Donny Gluckstein en La otra historia de la segunda guerra mundial. Resistencia contra imperio (Ariel, Barcelona, 2013). Lo justifica al considerar que la contienda amparó dos guerras de metas opuestas: una imperialista y otra popular.

Así, por una parte, el conflicto fue “una disputa entre los gobiernos Aliados y los del Eje por quien dominaría” el mundo. Enfrentó a imperios consolidados (Francia, Gran Bretaña, EE.UU y la URSS) y emergentes (Alemania, Italia y Japón), que movilizaron a su población con “una ideología más extremadamente ultraderechista” e incluyó “a muchos Estados sin imperios porque actuaron como satélites de las grandes potencias”. Por otra parte, conformó una guerra popular a través de la Resistencia, que amalgamó lucha social (en beneficio de clases bajas) y nacional.

History: World War Two / Partisans.-Russian partisans cleaning a heavy machine gun.-Photo, 1943.

Portada de D. Gluckstein, La otra historia de la Segunda Guerra Mundial. Resistencia contra imperio.

Idealismo y pragmatismo

Gluckstein pretende validar su argumento con un estudio de escenarios de lucha europeos (Yugoslavia, Grecia, Polonia y Letonia), coloniales (India, Indonesia y Vietnam), del Eje (Alemania, Austria e Italia) y aliados (Francia, Gran Bretaña y EE.UU.). A su juicio, la guerra civil española fue preludio de la mundial al plasmar estas tensiones, especialmente en mayo de 1937.

Entonces la derrota en Cataluña de los partidarios de derrocar el sistema (CNT y POUM) por el resto de fuerzas republicanas que no querían alienarse a las potencias occidentales “apagó el entusiasmo popular” por la lucha. Ello es importante, pues la obra muestra como -salvo excepciones como Yugoslavia y Vietnam- el pragmatismo de los líderes aliados escamoteó victorias a la Resistencia o limitó su efecto subversivo.

La obra lo ilustra con una casuística extensa. Por ejemplo, expone como los anglosajones limitaron el apoyo a Tito o a la resistencia helena por su comunismo. Narra cómo Stalin dejó liquidar a los nazis en 1944 un épico alzamiento nacionalista en Varsovia (pese a que sus tropas estaban a 30 km.) o describe el gran peso de la discriminación racial en unos EE.UU. paradójicamente empeñados en un combate antirracista: en 1940 solo había dos oficiales de color en el Ejército y los presos germanos podían moverse en ambientes vetados a soldados negros.

Austria-nazismo

Población austríaca que celebra la anexión de su país por el Tercer Reich en 1938. Diez años después una amnistía en Austria hizo que el 90% de investigados por su pasado evitara un castigo (foto de Hanns Hubmann).

En la posguerra tales tensiones se extremaron cuando se instauró el nuevo orden bipolar. De este modo, en Europa occidental el temor al comunismo limitó la depuración de nazis y fascistas (en 1948 una amnistía en Austria hizo que el 90% de investigados por su pasado evitara un castigo) e hizo reprimir a los marxistas. Una resistente griega asistió atónita al cambio de papeles: «nosotros, que luchamos contra la ocupación, […] éramos los malos, y aquellos que habían colaborado con los nazis, los buenos. El gobierno los recompensó y nos castigó a nosotros».

En las colonias las cosas no fueron muy distintas: tras derrotar a los japoneses en Indonesia se quiso restablecer el orden imperial y los británicos rearmaron a nipones vencidos para reprimir a los nacionalistas. Ello suscitó esta amarga reflexión de un sargento inglés: «Nuestros camaradas […] deben estar retorciéndose en sus tumbas en la jungla: ¿para qué murieron?».

Un libro controvertido y discutible, pero interesante

En suma, esta interpretación de la contienda substituye su eje fascismo-antifascismo por otro que opone al pueblo resistente contra las élites cínicas y maniobreras. Afirma asimismo que el legado de la guerra popular ha perdurado en causas como el antirracismo o la defensa del Estado de Bienestar y la imperialista en conflictos como Irak.

Tal visión -como puede apreciarse- puede suscitar numerosas objeciones, pero éstas no deberían menoscabar el atractivo de un ensayo que describe las contradicciones entre la guerra desde abajo y su gestión desde el poder. Lo hace con prosa fluida y asequible (a la que contribuye el traductor) y testimonios impactantes, como este epitafio apócrifo de un soldado estadounidense: “Aquí yace un hombre negro, muerto luchando contra un hombre amarillo, para proteger a un hombre blanco”.

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