¿CATALUÑA Y ESCOCIA SE PARECEN? ASÍ LO CREYÓ EL «PRIMER FASCISTA ESPAÑOL», ERNESTO GIMÉNEZ CABALLERO

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 Cataluña y Escocia: ¿Realidades parecidas? (ilustración de Pachu M. Torres en ABC, 5/XI/2012).

EL PRÓXIMO DÍA 18 SE CELEBRA EL REFERÉNDUM SOBRE LA INDEPENDENCIA DE ESCOCIA. La agenda política española, a la vez, está dominada por la demanda de una consulta secesionista en Cataluña. Así las cosas, ha surgido una polémica canalizada a través de los medios de comunicación sobre si Cataluña y Escocia son comparables.

En este marco, hemos considerado interesante rescatar un texto de quien es considerado un introductor del fascismo en España y uno de sus ideólogos, el escritor de vanguardia Ernesto Giménez Caballero (1899-1988), conocido como “GeCé. De hecho, según el catedrático de historia contemporánea Enric Ucelay-Da Cal, uno de los mejores conocedores de su figura, puede considerarse a este intelectual como «el primer fascista español».

GeCé” pronunció en la Barcelona de 1953 una conferencia titulada “Cataluña y Escocia”, en la que destacó las muchas semejanzas que a su juicio presentaban, según un texto reproducido en su colección de ensayos Junto a la tumba de Larra (Salvat editores, Navarra, 1971), pp. 12-13.

 GiménezCaballeroErnesto Giménez Caballero, «GeCé».

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CATALUÑA Y ESCOCIA

El baile más «castizo» de Madrid, mi pueblo; un baile… ¡escocés! El chotis o schottish, que nos vino a través de otro «castizo» instrumento, el organillo  (que era alemán), allá por el siglo pasado y en forma de vals. Todos en España debemos algo a Escocia. Los gallegos, la gaita. Las cocineras, el bacalao. Los bebedores, el whisky.

Y los albañiles, las molduras de estuco, llamadas «escocias». Pero, de todas las zonas españolas, fue Cataluña la más deudora a lo escocés. Yo no sé si en el Medievo pasaría por aquí el famoso mago o nigromante Miguel Escoto, de quien habló su paisano Lord Balfour, a los cordobeses. Ni si Duns Scoto, influyó sobre Raimundo Lulio. Pero ya en los albores del Renacimiento la materia «caballeresca» de aquellas tierras célticas llegó a Cataluña a través de Tristán y Lanzaroie, que se tradujeron al catalán. Así la novela Curial y Guelfa y sobre todo el Tirant lo Blanch, del catalán Martorell, inspirada en parte sobre la Historia de Guy de Warwick. Un pueblo escocés cercano a la Melrose donde reposa Miguel Escoto y cerca del Castillo de Walter Scott.

(No sé si por entonces llegaría a Cataluña —como llegó a Castilla, a la Avila de mosén Rubí, por 1516— el rito masónico escocés.)

Pero ya digo: el influjo prodigioso de lo escocés se dio en el Romanticismo sobre lo catalán. Y a base de tres corrientes: la lírica, la filosófica y la novelística, que determinaron en gran parte la renaixensa regionalista del seny.

Líricamente, ya empezó a sonar la gaita en aquel poeta inicial que se afirmaba Lo gayíer del Llobregat, el gran río catalán que vino a hacer aquí las veces del Tweed. Ignoro si Roberto Burns, el Verdaguer escocés, influyó mucho en Cataluña. El que más influyó fue otro magno lírico celta que no existió nunca: Ossian, un bardo o trovador inventado por el romántico y humorista Macpherson.

Entre otros catalanes que suspiraron al modo de Ossian, recuerdo a Antonio Chocomeli Codina, que hizo un Canto del bardo por 1874, prologado por Wenceslao Querol.

Más importancia tuvo la filosofía del «sentido común» (common sense), típicamente escocesa, y en la que se vio reflejado el gran Jaime Balmes. Pero donde Cataluña se escoció o «escotizó» del todo, fue a través de Walter Scott, padre ideal del romántico regionalismo catalán. Cuando visité Abbodsford, el castillo de Walter Scott, lo primero que me sorprendió fue el parecido que tenía ese castillo a la arquitectura de algunas casas del Paseo de Gracia. Y lo que más me gustó de ese castillo fue quien me lo enseñó, su lejana sobrina Patricia, lo mejor que dejó Walter Scott a la posteridad.

Mientras, el romanticismo llegó a Castilla por otros escritores como Byron, Hugo, Chateaubriand, a Cataluña llegó casi exclusivamente por el autor de Ivanhoe. Por eso decía Milá Fontanals que en Cataluña había una bandera, «la de los admiradores de Walter Scott».

«El vapor», «El Europeo» hablaron de él y lo difundieron constantemente. Se dijo que la Oda de Aribau, ofrecida al banquero Gaspar Remisa, se la ofreció «con el orgullo que un escocés ofrecería los versos de Scott a la Patria». Entre los fervorosos del novelista de Abbodsford estaba Ramón López Soler, cuyo prólogo a su novela histórica y scotista Los bandos de Castilla o el Caballero del Cisne (1830) resultó el primer manifiesto romántico de España, un manifiesto donde —entre paréntesis— se exaltó por vez primera al Greco, mucho antes del homenaje de Rusiñol en Sitges.

A través de López Soler, Cataluña se fue sintiendo una Escocia peninsular. En la zona pirenaica o de Canigó como la de los Highlanders. Su zona central o capitalicia (Edimburgo-Barcelona) y sus Lowlanders o Terra baixa.

El Tweed era el Llobregat. Las Shetlands, las Baleares. Los tejidos de Peebles, los de Tarrasa. Y las figuras históricas y legendarias como Macbeth o Malcolm, los Berengueres, Roque Guinardo, Roger de Flor o Jaime el Barbudo. Hasta la«venganza catalana» tuvo su parangón con las venganzas escocesas contra los perseguidores de su reina Mary, la famosa María Estuardo, cuyo culto, símbolo de independencia, se conserva todavía. Yo estuve en un castillo, el de Traquair, que tiene una puerta de hierro, la principal, que no se volverá a abrir hasta que vuelvan los Estuardos a Escocia.

Walter Scott tuvo sus editores especiales en Cataluña, como Antonio Bergnes, y en Valencia Cabrerizo.

Inspiró, además de López Soler, a otros muchos novelistas; como Vicente Boix, con El encubierto de Valencia; a Tomás Aguiló, con El infante de Mallorca; a Víctor Balaguer, con El capuz colorado; a Patxot… Todavía hoy el célebre «Coyote» de Mallorquí, publicado en Barcelona, es un último resto del walterescotismo romántico. Quizás de ese recuerdo ha surgido en los últimos tiempos un movimiento hispanista, muy notable en toda Escocia. Llevando la primacía, la ciudad industrial y muy catalana de Glasgow, donde un rico industrial, también muy a la catalana, Sir Sammuel Stevenson dotó una cátedra para esos estudios. Que desempeñó primero el llorado Entwistle, autor, entre otras cosas, de unos Romances catalanes.

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[…] Escocia, como Cataluña, soñaron grandes cosas en el Romanticismo. Nos dieron grandes escritores. Y mucha poesía y mucha buena mística. Y buenos sustos a ingleses y castellanos. Escocia, con su bruma, y Cataluña, con su sol, serán siempre en Europa dos áreas románticas inolvidables.

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