¿HASTA QUE PUNTO SERÁ IMPORTANTE LA ULTRADERECHA EN LA UNIÓN EUROPEA TRAS LAS PRÓXIMAS ELECCIONES?

Ilustración de Mauro Biani en el artículo de Presseurop que reproducimos.

CUANDO TODOS LOS SONDEOS VATICIANAN UN AUMENTO DE LA ULTRADERECHA EN EL PRÓXIMO PARLAMENTO EUROPEO, nos ha parecido interesante reproducir este artículo de , publicado en Le Monde (12/XII/2013), ya que su autor considera que pese al ascenso de las fuerzas euroescépticas o de ultraderecha (que pueden alcanzar 90 eurodiputados de 764) no producirá un cambio relevante en el curso de la UE. Veremos hasta qué punto el tiempo confirmará sus aseveraciones.

El texto ha sido reproducido y traducido al español por Presseurop, un sitio web que publica una seleción de artículos de prensa en distintos idiomas y que dentro de una semana (el día 20) dejará de estar activo por falta de presupuesto. Lamentamos su cese por la valiosa aportación informativa que ha supuesto.

Puede consultarse el texto original clicando aquí.

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Elecciones europeas 2014: No habrá una ola anti-UE

En contra de lo que defienden muchos observadores, los expertos aseguran que los partidos antieuropeos no lograrán dar un salto cualitativo en las elecciones europeas del próximo mayo. Aunque eso no cambia en absoluto la desafección que los europeos sienten por el Parlamento Europeo, puesto que consideran que está muy alejado de sus verdaderos problemas.

«Si se escriben constantemente cosas horribles, las cosas horribles acaban sucediendo». En estos tiempos de gran agitación, podríamos aplicar a Europa la afirmación de Michel Simon, el escritor bajo pseudónimo de novelas policíacas que teme ser asesinado en Un drama singular. Si no se dejan de predecir cosas horribles sobre Europa, acabarán sucediendo. «Si tenemos una Europa vergonzosa, la ganarán los extremistas», advierte el comisario europeo Michel Barnier. «Lo peor para Europa es el silencio, es el intentar pasar desapercibidos».

A seis meses de las elecciones europeas, no debemos dejarnos intimidar por Marine Le Pen, que pregona que su partido será el primero en el escrutinio. Puede que en Francia. En Europa no lo será en absoluto, a juzgar por lo que afirma el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, que hace una y otra vez sus pequeños cálculos.

Los extremistas de derecha lograrán 90 diputados. Y aún así, se encuentran muy divididos: los eurófobos ingleses del UKIP, aliados de los agrarios polacos (30 escaños), no quieren relacionarse con los amigos de Marine Le Pen (40 escaños), que a su vez no quiere relacionarse con los griegos de Amanecer Dorado, ni con los del Jobbik húngaro (20 escaños). Cada uno tiene unos bandos con los que no puede tratar. En lo que respecta a la extrema izquierda, estaría constituida por representantes no inscritos (de 15 a 20 diputados) y por amigos de Jean-Luc Mélenchon y de Die Linke (50 diputados). En total, los antieuropeos pasaría de un centenar a un máximo de 160 diputados.

Acabemos con ese regodeo malsano de anunciar lo peor en Estrasburgo

Esta relativa resistencia europea, en un hemiciclo de 764 diputados, se explica en parte por la disciplina de las antiguas dictaduras fascistas: alemanes, españoles y portugueses no votan a los extremos. A veces existen casos autoritarios, como la CSU de Baviera; un nacionalismo regional, como en España, pero jamás fuera del ámbito de los partidos habituales. Acabemos con ese regodeo malsano de anunciar lo peor en Estrasburgo. En total, los proeuropeos (social-demócratas (PSE), Verdes, liberales, cristiano-demócratas (PPE)) serían al menos 530, en contraposición a los 610 actuales.

La polarización no está juego

Estas suposiciones, basadas en los sondeos y en las últimas elecciones, también demuestran que no se juega nada sobre la polarización de la Asamblea en Estrasburgo: el PSE remonta y, con 220 escaños, estaría en igualdad de condiciones con el PPE. Los perdedores son los Verdes (40 en contraposición a 58) y los liberal-demócratas (entre 60 y 70 en comparación con 85 escaños). El inconveniente es que Estrasburgo podría encontrarse en una situación similar a la de Alemania, con una gran coalición.

Esta alianza de necesidad corre el riesgo de reafirmar la idea de que en Europa ya está todo decidido, con lo que se fomentaría una abstención masiva. La caída parece inexorable. La participación, que fue del 62% en 1979, en las primeras elecciones por sufragio universal de los eurodiputados, descendió por debajo del 50% en 1999, hasta llegar al 42,5% en 2009.

Es un comportamiento extraño de los electores, que votan cada vez menos, cuando los eurodiputados tienen cada vez más poder. Antes sólo tenían derecho a aprobar el presupuesto no agrícola de Europa, es decir, casi nada, así como a votar resoluciones sobre las islas Granadinas, citando una broma de Jacques Delors [antiguo presidente de la Comisión Europea]. Pero ahora deciden conjuntamente todas las legislaciones europeas.

Existen tres explicaciones a esta indiferencia. El Parlamento Europeo se limita a avalar o a modificar al margen los compromisos firmados entre los Estados miembros y la Comisión. Por otro lado, los verdaderos debates son nacionales.

Sin un «demos europeo»

La última explicación es que el Parlamento de Estrasburgo no sería un verdadero Parlamento, porque no representa al pueblo europeo. Es lo que afirma el Tribunal Constitucional Alemán de Karlsruhe, al explicar que los malteses cuentan con una representación demasiado alta con respecto a los alemanes. Un poco de pudor, cuando sabemos que el hemiciclo está dominado por los grandes contingentes alemanes del PPE y del PSE.

El principal problema es que no existe, por lo menos aún, un «demos europeo», un pueblo europeo

El principal problema es que no existe, por lo menos aún, un «demos europeo», un pueblo europeo. Los ciudadanos del Viejo Continente no reconocen la legitimidad de una Asamblea, que funciona según unas complejas jerarquías (izquierda-derecha, norte-sur, fundadores-nuevos miembros, etc.). En la mayoría de los casos, el voto de los eurodiputados corresponde a un punto de equilibrio europeo moderado, pero impide un enfrentamiento democrático tradicional, que desorienta a las poblaciones.

A esto hay que añadir la esquizofrenia de los partidos, que son europeos en Bruselas pero a los que les tienta la idea de elegir cabezas de lista para atraer a los electores en Europa durante la campaña.

[El expresidente francés] Valéry Giscard d’Estaing confesó que había cometido un error al imponer que los eurodiputados se eligieran a partir de 1979 por sufragio universal. Y no se equivocaba del todo: el Parlamento Europeo se encuentra alejado, desconectado de las representaciones nacionales y no logrará salvarse por sus obras.

Es necesario volverlo a anclar al suelo. En Europa, no se eliminan instituciones. Para corregir el rumbo, se añaden más. Para gestionar la política económica y monetaria de la eurozona, podría ser conveniente constituir un congreso en el que se reunieran diputados europeos y nacionales. Y quizás los ciudadanos se sentirían representados con una asamblea así.

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